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" El Conjuro" video instalación, 2016

  Bienal de Cuenca, Ecuador, 2016

Habitar el cuerpo y entender el alma.

 

No es casual que la obra de Adriana González Brun para la primera Bienal Internacional de Asunción constituyese el doble invertido de una casa. Esta instalación consta de dos partes. Cuando el espectador llega a la Sala Juan Salazar puede encontrarse -dependiendo de donde venga y por donde haga su entrada al recinto- la referencia “geometrizante” de dos casas color terracota. Una de ellas en su posición “habitual”. La otra, o su vacío, invertida y semienterrada.  Leerlas como una unidad es un acto que la artista deja no solo a la voluntad del espectador sino también a su capacidad asociativa, intelectiva y traspoladora de realidades.

 

Intencionalmente he subrayado los términos “geometrizante” y “habitual” en un deseo de referirme a las geometrías variables del cuerpo en el espacio. Es decir a sus proyecciones en el desplazamiento espacial; las cuales transforman tanto el “hábitat” como el habitus de la condición corporal. Llegada siempre de algún viaje, González Brun nos remite a una relación con el llamado de la tierra, supuestamente de la Tierra Madre, la Patria. Pero… ¿puede este colocación Madre-Patria, Positivo-Negativo, Femenino-Masculino, Originario–Derivado, devolvernos a la situación de equilibrio universal primigenia que alguna vez disfrutamos. Todos venimos de algún viaje y este es el gran enigma de la construcción poética en su obra.

 

Colocada como un dado, obstruyendo el paso a la escalera, obligándonos a darle una vuelta como buscando algo, la primera casa (o quizás segunda, depende de nuestro mirar, de nuestro andar) nos crea una sensación de incertidumbre. No hay por donde entrar, no sabemos lo que dentro de ella nos espera. No podemos predecir la enigmática situación en la que nos colocará o nos está colocando. La segunda posición (o quizás la primera) existe acaso en el plano de lo apenas perceptible a pesar de su gran tamaño y su noble aunque certera manera de imponerse  en un espacio que creemos dominar y del que apenas percibimos algún significativo campo. Solo en el recorrido, en la relación, en el andar, estos dos polos configuran su unidad.

 

El cuerpo anda, deambula, crece, vive viviendo; haciendo trazas tanto de su contingencia como de su añadida ignorancia. Solo como experiencia, como indagación en sus  habitus logramos atrapar una temporalidad y una territorialidad siempre postergadas.

 

Dannys Montes de Oca.

Asunción-Santiago de Chile

Octubre del 2015

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