Ofrenda
La llama doble
La obra OFRENDA de Adriana González Brun se basa en una serie de juegos y situaciones producidas por un conjunto de velas dispuestas sobre un muro enfrentado a un espejo. Las pequeñas lumbres son consecuentemente colocadas en candelas y repuestas por el público. Ese montaje ha sido presentado a través de dos versiones.
La primera de ellas, expuesta en la sala del Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, ocupa una larga pared de 11 metros de largo, ligeramente convexa y ubicada ante un espejo de iguales dimensiones. Dado que el espacio conforma una suerte de pasillo, la observación de la obra requiere un recorrido, un tránsito realizado entre el inesperado fulgor alimentado por la imagen de sí mismo y el calor de tanta llama, crecido en el tramo en que el espacio irregular se comba y se constriñe el paso.
El montaje de la segunda versión, exhibida en el Centro de Estudios Brasileños exigió ajustes que lo adaptasen a una sala más pequeña. La artista incluye, entonces un proyector de diapositiva que presenta una fotografía de las mismas velas iluminadas, de modo que el resplandor de las luces se encuentran reiterados por la proyección y repetidos por el espejo.
Este triple registro representativo (de los fuegos reales, los proyectados y los reflejados) levanta una escena luminosa y titilante, temblorosa, vacilante, una escena que confunden las llamas reales con sus trasuntos y las identifica con sus imágenes, con sus ecos brillantes y trémulos. Acorralada entre la figura emitida por el proyecto y la devuelta por el espejo, las pequeñas luces se vuelven ellas mismas refracciones y rebotes y mentan las ficciones de una cultura que, confundida entre las cosas y sus representaciones, se debate entre el espejismo de la caverna virtual y la necesidad de nuevas ilusiones
Pero esta ambivalencia también ocurre en la primera versión: tanto ésta como la segunda remitan a una experiencia ritual abierta, por un lado, a la amenaza de la real esperanza de claridades nuevas. Y también al otro lado de la escena e integran el discurrir del proceso y el después del proceso y el después de la representación. El relato del público que va sustituyendo las candelas, reponiendo las apagadas, permite divisar las ausencias de las velas, los chorreados, las sombras que deja el humo, las deformaciones de lo que resta del sebo o la cera, la pura materia callada. Así aún apagada, funciona la escena y lo hace presentando sus rincones grasientos y sus flancos quemados, marcados por la luz en retirada. Hasta que llega otra gente portando sus bujías nuevas, iluminando otra vez el escenario. Otra gente que, defraudada por un presente desleal, busca quizá prender una vela para invocar el milagro de un tiempo favorable, porque ofrenda a sus propios deseos el gesto arcaicos de un conjuro.
Ticio Escobar, en Asunción 1999