Memorias de un archivo
Memorias de un archivo
Los Archivos del Terror descubiertos en el Paraguay en 1992 tras la caída de la dictadura militar revelan la represión sistemática que sufrían los opositores al régimen y constituyen un registro organizado de las violaciones de los derechos humanos. Basada en estos archivos, aunque no detenida en él, Adriana González Brun realiza una instalación en la III Bienal de Porto Alegre (2001) que desarrolla figuras de ordenados compartimentos formados por módulos repetibles y anónimos. Estos módulos recuerdan, indudablemente, las gavetas de un archivo, pero también sugieren lápidas funerarias o nichos de un columbario.
Más que denunciar hechos que aparecen refutados por su misma puesta en ficha y archivo, esta obra quiere resistir en clave poética los intentos de olvidar un tiempo doloroso cuyo recuerdo no puede ser esquivado cuando se imaginan nuevos proyectos históricos. La memoria se presenta como tarea intrincada, borroneada, difícil: como registro itinerante que debe transitar y cruzar fronteras, como depósito despierto de un material que no puede reposar ni debe ser guardado.
La re-instalación de esta obra en el Museo de la Justicia diez años después de su primera puesta, supone una torsión de la propuesta original. Localizar la imagen del archivo en sede contigua a la propia perturba no sólo el orden de la representación sino la lógica del archivo. Emplazar en el lugar “real” una instalación, que es básicamente una operación de site specific, supone desmontar los dispositivos de la imagen, desarmar la escena, salirse del espacio marcado. El sitio específicamente intervenido se vuelve sobre la intervención que lo afecta, se adelanta al concepto de la artista: lo está esperando como lugar disponible al acontecimiento (un acontecimiento que sólo puede reiterado porque ya ha sucedido, como registro, como memoria y como montaje).
Por otra parte, la economía del archivo es desarreglada por un gesto que exige la presentación de lo fichado más allá del hecho mismo de la inscripción y de la tarjeta que guarda los datos. Un sistema de registro y documentación cuyo contenido trágico rebasa los esquemas de cualquier etiqueta, de todo dato escrito o fotográfico, deja un saldo pendiente, un mal de archivo, que sólo puede enfrentado, que no reparado, a partir de una dislocación del fichero, un re-emplazamiento del espacio de las matrículas y los nombres, un nuevo inventario del catálogo de las torturas o el índice de las muertes. Enfrentado a su propia imagen, el archivo es capaz de mostrar brevemente sus lugares vacantes: la amenaza de lo que no pudo ser registrado.
Ticio Escobar, en Asunción 2001-2011